Delinquir bajo los efectos de sustancias estupefacientes.
Este es el tema del artículo de esta semana. ¿Hasta qué punto cometer un crimen bajo los efectos del alcohol o cualquier otra sustancia te hace inimputable?
El alcohol, concretamente el etanol, es una droga psicoactiva cuyo principal efecto asociado es la relajación y la alegría, pero ¿será que algunos criminales necesitan de estar ebrios para cometer crímenes?
Para Luis Alfredo Garavito era una condición “sine qua non” para haber cometido 140 asesinatos confesos, pero se estima que pudo haberle sesgado la vida hasta a 192 personas.
Todas sus víctimas eran menores de edades comprendidas entre los 6 y los 16 años.
Su modus operandi, era llamar la atención de los niños y adolescentes mediante engaño con dinero o con cualquier otro medio para que se fueran con él a dar un paseo, y cuando el menor mostraba signos de cansancio, se bebía una botella de cualquier licor y comenzaba a golpear al menor.
Aunque no sólo los apaleaba, también llegó a mutilarlos e incluso abusaba sexualmente de ellos.
En numerosas ocasiones, Luis se sentía avergonzado de sus actos, llegando incluso a buscar ayuda psicológica, pero la atención que le dieron fue para un sujeto con “depresión reactiva” (este tipo de depresión se da como consecuencia de un estrés mayor como una ruptura de pareja, la muerte de un familiar, pérdida de empleo, etc.)
Poco tiempo después de recibir la ayuda psicológica, Garavito comenzó a sentir una atracción muy fuerte hacia menores de edad, en sus propias palabras:
“Muchas veces me ocurrió que llegaban menores de edad al supermercado donde trabajaba a comprar algo, a mí me iba dando un deseo como lo que yo siempre he denominado una fuerza o un impulso de estar con ese menor de edad, acariciarlo, violarlo. En las horas de almuerzo aprovechaba, dos horas, y me iba para la vecina población de Quimbaya. Allí accedí a varios menores…[…]…únicamente los acariciaba, los amarraba, les quitaba la ropa y los violaba, pero finalizando el 80 y a comienzos del 81, me voy para la ciudad de Sevilla, me llevo a un menor, y de pronto no sentía placer solamente con acariciarlos y violarlos”.
En la desfigurada psiquis de Luis Garavito se había establecido la fatídica asociación entre el dolor ajeno y el placer propio, asociación que en muchas ocasiones desemboca en el matrimonio entre el sexo y la muerte. Cuanto más daño infligía a sus víctimas, más placer sentía.
Pero como he comentado antes, estos impulsos no acallaban su conciencia moral, que aunque no le frenaba, sí que le atormentaba, llegando incluso a buscar una justificación bíblica para cometer tales actos buscando el perdón divino. En más de una ocasión confesó que tenía que beber para poder cometer tales atrocidades, puesto que si no, no podría hacerlo.
Os dejo una entrevista que ofreció Luis Garavito desde prisión